No sé mentir, debería haber aprendido un poco, o al menos algo parecido, a simular, a no decir nada o hacer como que acá no pasó niente, pero no puedo, no sirvo. Mañana cuando llegue al laburo me van a preguntar: "¿ Y, cómo te fue?", hasta el perro sabe que me quedan 6 finales, hasta el perro aprendió a contar y cada vez que se acerca la bendita fecha de examen pone cara de:"¿y, tacho o no?" Mi cara lo dice todo, mi cuerpo es la antesala de la verdad. Después de esperar más de 9 horas para rendir un final me fui antes de que me llamaran, otra vez sopa, pensé que esa era una parte que se clausuraba después de que en una situación similar logré dejar mi conducta abandónica y rendí un condenado final, pensé que esa era la vuelta definitiva a las pistas o más bien a las aulas, pero se ve que no, se ve que no estoy tan curada. Las primeras horas pasaron apacibles, las últimas una tortura, no era capaz de reponer una palabra, un concepto, dar lástima no es lo mío y pasar vergüenza tampoco me inspiraba. Salí de la facultad y me tomé el primer colectivo que vino, pura coincidencia que me dejara cerca de casa. Llegué derrotada, me tiré en la cama y no pronuncié palabra, no hizo falta, a esta altura mi accionar, a veces patológico, desplegó grandes lectores de indicios. Mi madre dice barbaridades, por lo bajo, como para que me sienta sumamente culpable pero evitando la mediación cara a cara, sabe que no tengo fuerzas para el embate. Mi hermana me acaricia la cabeza hasta que me quedo dormida. Me despierto al rato, como a las 2 horas, estoy sola, me asusta Juanito que emerge de entre las sábanas, me guiña el ojo y se acurruca al lado mio, me cuenta que hoy fue a la veterinaria, que le cortaron las uñas y que le aplicaron una inyección porque tuvo un desgarro, "sí, eso de no poder estirar bien la patita finalmente era un desgarro", me dice. No emito sonido, al rato como quien no quiere la cosa me interpela, che y vos para contar nada, no?
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