En un aula recóndita de un
colegio de monjas, una vez a la semana, en la novena hora, los
alumnos de quinto año, podíamos asistir a una charlas de
orientación vocacional. Fueron alrededor de seis encuentros, y en
general me resultaban bastante inútiles. Supongo que iba, porque
decidir que quería hacer después del secundario, era decidir
también cómo seria mi tan ansiada vida adulta.
Fue en una de las últimas
charlas, y ya perfilando el cierre de los encuentros, que además de
revisar de cabo a rabo la guía del estudiante, nos pidió que
dibujáramos cómo nos imaginábamos en diez años. Tal como lo venía
conversando en mi casa, sería médica y periodista. Ese fue el
argumento de mi madre cuando le dije que quería estudiar periodismo.
“Hacé una carrera de base y después hacés lo que te gusta como
hobby”.
El resultado de la consigna,
finalmente, fue una hoja vertical dividida en dos. En el plano
superior un dibujo de una chica parada con delantal blanco y
estetoscopio, el rostro serio, los trazos rígidos. Mientras que en
el plano inferior, la misma chica estaba sentada frente a una mesa
repleta de libros y hojas, sonriente, los trazos blandos. Cuando la
psicóloga vio el dibujo me pidió que le explicara qué significaba.
Le dije que el dibujo de arriba era una médica en el hospital y el
dibujo de abajo era mi tiempo de hobby. Se quedó mirando el papel,
me dijo algunas cosas acerca de los trazos, la pose y los gestos, y
al final soltó una frase que me dejó perturbada: ¿Y no pensaste en
hacer de tu vida un hobby?
Con esa pregunta había
tirado de una soga invisible y desconocida, de la que yo también
tiré durante los meses que siguieron. Cómo sería mi vida de hobby.
Me recostaba en mi cama, en la plaza o en las colchonetas del
gimnasio en las horas libres y la sensación era tan nítida que era
entrecerrar los ojos y directamente, verme de adulta.
Me veía más alta y delgada,
elegante. Acaparando la mirada de hombres a mi paso. Me veía leyendo
en los aviones porque los viajes serían larguísimos. Me veía
escribiendo ficción, una novela quizás. Me veía viviendo en otro
país, durante algún tiempo, conociendo gente. Y todo en un andar
frenético, repleto de aventuras y anécdotas.
Aquí y ahora, a mis 33 años,
diré que sólo viajé en avión una vez, que leo en los trasportes
públicos, y que si tirara de esa soga invisible pero ya no
desconocida, habría unas cuantas imágenes cumplidas.