martes, 22 de septiembre de 2015

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En un aula recóndita de un colegio de monjas, una vez a la semana, en la novena hora, los alumnos de quinto año, podíamos asistir a una charlas de orientación vocacional. Fueron alrededor de seis encuentros, y en general me resultaban bastante inútiles. Supongo que iba, porque decidir que quería hacer después del secundario, era decidir también cómo seria mi tan ansiada vida adulta.

Fue en una de las últimas charlas, y ya perfilando el cierre de los encuentros, que además de revisar de cabo a rabo la guía del estudiante, nos pidió que dibujáramos cómo nos imaginábamos en diez años. Tal como lo venía conversando en mi casa, sería médica y periodista. Ese fue el argumento de mi madre cuando le dije que quería estudiar periodismo. “Hacé una carrera de base y después hacés lo que te gusta como hobby”.
El resultado de la consigna, finalmente, fue una hoja vertical dividida en dos. En el plano superior un dibujo de una chica parada con delantal blanco y estetoscopio, el rostro serio, los trazos rígidos. Mientras que en el plano inferior, la misma chica estaba sentada frente a una mesa repleta de libros y hojas, sonriente, los trazos blandos. Cuando la psicóloga vio el dibujo me pidió que le explicara qué significaba. Le dije que el dibujo de arriba era una médica en el hospital y el dibujo de abajo era mi tiempo de hobby. Se quedó mirando el papel, me dijo algunas cosas acerca de los trazos, la pose y los gestos, y al final soltó una frase que me dejó perturbada: ¿Y no pensaste en hacer de tu vida un hobby?

Con esa pregunta había tirado de una soga invisible y desconocida, de la que yo también tiré durante los meses que siguieron. Cómo sería mi vida de hobby. Me recostaba en mi cama, en la plaza o en las colchonetas del gimnasio en las horas libres y la sensación era tan nítida que era entrecerrar los ojos y directamente, verme de adulta.

Me veía más alta y delgada, elegante. Acaparando la mirada de hombres a mi paso. Me veía leyendo en los aviones porque los viajes serían larguísimos. Me veía escribiendo ficción, una novela quizás. Me veía viviendo en otro país, durante algún tiempo, conociendo gente. Y todo en un andar frenético, repleto de aventuras y anécdotas.

Aquí y ahora, a mis 33 años, diré que sólo viajé en avión una vez, que leo en los trasportes públicos, y que si tirara de esa soga invisible pero ya no desconocida, habría unas cuantas imágenes cumplidas.