La enojaba mucho soñar y no acordarse de nada. Le costaba mucho dormir y el milagro de soñar por fin, algo, la entusiasmaba. Lloraba desconsoladamente en su cama cuando al tratar de recodar no venía a ella ni una sola imagen. Ni un solo atisbo de recuerdo.
“Las mejores historias no son las que tienen final feliz, sino las que te disparan a otros universos posibles”. Lo decía porque carecía de presente, su vida había quedado en el pasado y cuando su memoria no le permitía evocar recuerdos, leía para marearse, para no darse cuenta. Como si la borrachera mental embriagara al espíritu.
Lo aburría profundamente su trabajo, por eso había resuelto realizar una huelga inútil, sin sentido, sin que nadie se diera cuenta. Se pasaba todo el día contando los mosaicos que empezaban en su box y terminaban donde llegaba su campo visual. Sólo paraba de contar para ir a almorzar. Lo hacía de forma meticulosa y cuando lo interrumpían para hablarle o pedirle algo, se enojaba y decía: ¡No ves que estoy ocupado!
Cuando lo consultaron, no quiso saberlo, hacía tiempo que se negaba a todo por las dudas. Mejor no saber y dejar que los demás decidan por él, aunque eso implicara morirse un poco, cada vez.
Si él hubiera sabido que el menú de esa noche, estaría así de exquisito, hubiera llegado antes, mucho antes de lo previsto, incluso aunque supiera que no iba a tener noticias de ella, nunca más.
A veces hago trampa, a veces me descubren y a veces que ni yo me la creo, esas veces son las peores.
“Las mejores historias no son las que tienen final feliz, sino las que te disparan a otros universos posibles”. Lo decía porque carecía de presente, su vida había quedado en el pasado y cuando su memoria no le permitía evocar recuerdos, leía para marearse, para no darse cuenta. Como si la borrachera mental embriagara al espíritu.
Lo aburría profundamente su trabajo, por eso había resuelto realizar una huelga inútil, sin sentido, sin que nadie se diera cuenta. Se pasaba todo el día contando los mosaicos que empezaban en su box y terminaban donde llegaba su campo visual. Sólo paraba de contar para ir a almorzar. Lo hacía de forma meticulosa y cuando lo interrumpían para hablarle o pedirle algo, se enojaba y decía: ¡No ves que estoy ocupado!
Cuando lo consultaron, no quiso saberlo, hacía tiempo que se negaba a todo por las dudas. Mejor no saber y dejar que los demás decidan por él, aunque eso implicara morirse un poco, cada vez.
Si él hubiera sabido que el menú de esa noche, estaría así de exquisito, hubiera llegado antes, mucho antes de lo previsto, incluso aunque supiera que no iba a tener noticias de ella, nunca más.
A veces hago trampa, a veces me descubren y a veces que ni yo me la creo, esas veces son las peores.
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