“Sabes que pienso que ni siquiera me queres, ni que hablar de amar, ¡que carajo sabrás vos de amar!”
Era el tercer mensaje que le dejaba en el contestador. Pensó que era suficiente. La máquina sólo tenia espacio para cinco, uno más y el enojo se transformaría en alarma y entonces encima él tendría derecho a enojarse con ella o lo que es peor, hacerle algún planteo.
"¡Hijo de puta!, Hijo de puta!", no paraba de repetirlo en voz alta como enajenada. No sabía que hacer con las entradas para el teatro, se suponía que era una sorpresa. Se sentó en la sillita del recibidor, respiro profundo y se largo a llorar, no tenia consuelo. Las primeras lágrimas asomaron tímidas, el resto sin impunidad se fueron derramando por toda la cara. La congoja era imposible, ya le estaba costando respirar. Salió como disparada al cuarto, se dirigió a la mesita de luz, abrió el cajón y hurgó entre los papeles, buscaba los Valiums recetados en su última contractura por tanto estrés. No quedaba ninguno. Un Alopidol vencido, cinco Trapax, un Rivotril abierto del que debió arrepentirse y por eso lo dejo en el blister, de Lexotanil había dos tiras sin usar, vírgenes esperando a que fuera por ellas. Le corrió un frío por la espalda. Tuvo miedo de sí misma.
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