sábado, 2 de febrero de 2008

Volver.

Volver ya no era una opción, él lo sabía, sin embargo no podía dejar de sentir cierta tristeza al pensarlo, todo le recordaba lo feliz que había sido en ese lugar. Todo complotaba contra él. El calor, el frío, el sonido de aquella calle transitada a las apuradas para no llegar tarde, el olor de las hojas secas a su paso mientras iba a hacer las compras, el color de las fresias en el verano, los jazmines que brotaban a su paso en la primavera, no hacía falta ni siquiera esperar por ellos, no había mas que saquear el árbol de noche para que al día siguiente estuvieran ahí, brotando de nuevo como ofreciéndosele. No había nada que no extrañara. Si lo pensaba un poco no había vivido tanto tiempo en ese barrio, en esa esquina. Reconocía que la ubicación era buena, que la luz entraba por todas partes, que los vecinos eran atentos y las noches apacibles y tranquilas. Todavía se podía caminar por esas cuadras sin esperar lo peor. Es más en algún momento le pareció aburrido, monótono, sin color, sin ruido, sin calor. ¿Qué era entonces ese sentimiento que lo invadía en todo el cuerpo? ¿Realmente se había equivocado y estaba perdido, realmente había querido tomar un atajo para no llegar tan tarde al trabajo y había terminado ahí en ese su ex barrio, justo a dos cuadras de su antigua casa? Parecía una broma del destino, justo ese día, ese mes, se rió bastante cuando vio que aún estaba la casa de comida árabe, se acordó que en su momento no daba por ella ni un mes, mira vos, "persiste todavía", dijo en voz alta. Se bajo del auto, ya no llegaba de ninguna manera. Llamó por celular a su jefe, inventó algo, en el momento sonó creíble o tal vez le dijo la verdad, no le interesaba, lo importante es que no sólo lo convenció, sino que además su jefe se preocupó por él y le dijo que se tomara todo el tiempo que necesitara. Dejó el celular y su saco en el auto, hasta el estéreo dejó, total por ahí no robaban nunca. Empezó a caminar como llamado, seguía sus pasos en silencio como queriendo averiguar el misterio que lo había traído hasta ahí. Pasó por el bar por donde solía tomar un café los domingos porque a ella le gustaba dormir hasta tarde y el no quería molestarla, ese mismo café en el que solía refugiarse los últimos tiempos después de las contínuas peleas. También paso por el kiosco de diarios, porque a los dos le gustaba mucho leer y ése era el único lugar a donde llegaba la revista importada, esa que a ella le fascinaba. Las bicicletas le recordaron los paseos en Palermo o los trayectos en tren hasta el Tigre. Pero el golpe de gracia se lo dio el jardín de infantes, el que estaba a 5 cuadras, ése, en el que tantas veces habían pensado, el que les vendría de maravilla, porque como decía ella: “queda tan cerquita que para que complicarse buscando en otro lado, no?”

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