sábado, 27 de febrero de 2010

Viaje habitual.

viene de acá.

Te subís al colectivo y se te ocurre que el paisaje esa mañana es diferente. Te conocés de memoria las calles y el tránsito de la gente a esa hora, pero se te vuelve irresistible mirar por la ventana. Te obligás a repasar, te recordás que ese tema, al que apenas le diste una ojeada tiene un 99.8 % de posibilidades de que te lo tomen. Sabés que no leerlo en el viaje puede ser un error. Sin embargo te tomás un respiro. Mirás por la ventana y decidís darte un recreo hasta Cabildo y José Hernández donde dobla el colectivo para después ponerte a repasar. Mirás las vidrieras fascinada, es época de liquidación, pensás en todo lo que te vas a poder comprar ni bien rindas el bendito final y hacés una lista de posibles compras. Cabildo y José Hernández te sorprende más distraída que antes. No vas a mirar más por la ventana pero tampoco vas a estudiar, lo acabás de decidir.
Ahora te concentrás en el colectivero, es de Atlanta, tiene tres hijos, te das cuenta porque les hizo una dedicatoria en el espejo que tiene en filete dibujados los nombres. Mirás al perrito que está colgado en un extremo del tablero del colectivo, es de esos que mueven la cabeza con el compás del movimiento. Te hace gracia. Movés la cabeza vos también como el perrito. Te mareás y te dan naúseas. Querés bajarte antes y no ir a rendir. Pensás excusas mientras abrís la ventana para que entre aire y te refresque. No hay ninguna que suene verosímil. Recordás que ya las usaste todas, las otras cinco veces que te fuiste antes de que te tomaran el final. Caés en la cuenta de que estás pagando una fortuna por terapia para superar el trauma y bajarse del colectivo sólo incrementaría la cantidad de encuentros semanales. Imaginás todo ese dinero disponible para las liquidaciones. Funciona. Te quedás en el colectivo. Pero querés llegar de una buena vez y padecés las últimas dos paradas. Te bajás una antes para caminar y despejarte. Te comprás una coca light y te vas desabrigando a medida que entrás en calor. Ensayás mentalmente posibles temas para dar, lo que tenías preparado sigue sin convencerte. Faltan 3 cuadras y se te acelera el corazón. Respirás, aminorás la marcha y le prestás atención a tus pasos, les controlás la torpeza y los caminás como una gacela. Llegás, tomás el ascensor y te anotás para dar examen. Esta vez no te vas a ir.

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