jueves, 8 de noviembre de 2007

Adiós Nonino.

Viernes al medio día, calor, mucho. La lluviecita dejo de molestar y se levantó una humedad insostenible. No importa, hay sol. Me amparo en ese dato para caminar un rato. Voy por Moreno, salgo a 9 de julio y camino atravesando avenidas: Belgrano, Av de Mayo, Corrientes, unas cuadras más hasta Santa Fe. Hasta acá llegó mi amor, se me terminó la botellita de coca light y el sol no da tregua.
Espero el 59, tengo un bolso lleno de cosas, es imposible que salga a cualquier lado sin cargar con algo, la dimensión exagerada de mis pertenencias casi no me deja maniobrar, haciendo malabares saco las monedas, el mp3 cambia de tema, es Piazzolla , sí, lo reconozco, pero no se qué de Piazzola. Se me eriza la piel. Raro pienso.
Me subo al colectivo, sigue sonando el tema, saco el boleto, me siento. Como desesperada hurgo en la cartera/ bolso y miro en la pantallita del mp3: Piazzolla Astor, adiós Nonino, tengo los ojos vidriosos y no logro explicarme porque ahora, en este momento, en este día, en el colectivo. Necesito compartirlo con alguien. Miro alrededor, cada uno en su mundo, ¿y si les hablo a todos juntos? No, van a pensar que estoy loca, me va a dar vergüenza y encima en un gesto de autocensura me voy a querer bajar del colectivo. El viaje es largo, además acá encontré un asiento, me reprimo. A mi lado un viejito, se esta por terminar el tema pienso y como siempre me mando:
- Digame una cosa, le hablo en voz alta, no para hacerme notar, intuyo que paso la barrera de los 80 hace un tiempo y temo que si no hablo fuerte y claro no me va a poder prestar atención, voy de nuevo:
- Digame, ¿a usted le gusta Piazzolla?, me mira, silencio, cara rara mezcla de asombro...
- ¿Si me gusta?, yo fui amigo de Piazzola, bah éramos compañeros de orquesta, yo era clarinetista dice en un tono más bajo (hasta de su pasión uno se jubila con los años, pienso), recorrí el mundo con la música.
La conversación fluye y yo le pongo play de nuevo al tema, se lo hago escuchar.
- Es maravilloso, al tipo no lo entendían me dice, a él le importaba poder plasmar el ruido de Buenos Aires en la música, no le importaban las críticas de los tangueros, el amaba Buenos Aires y lo suyo fue revolucionario por eso, hizo sonar de otra manera al tango.
Ahora la conversación pasa a otro plano, los hijos que no fueron ni concertistas, ni bailarinas de ballet, pero que son felices con lo que eligieron, según él.
De golpe nos conocemos de años, hablamos de política, de economía, de la sociedad, de todo lo malo, de todo lo bueno, de los nietos de él, de los recuerdos, más recuerdos. Sonríe y se le amontonan las palabras como desesperadas por salir de su boca todas juntas. Lo escucho atentamente, me divierte y me conmueve.
De repente, deja de hablar, mira a su alrededor como desorientado, se incorpora de a poco:
- Yo me bajo en la otra parada, me dice.
- Un gusto.
-Y siga escuchando a Piazzola.
Baja del colectivo, se acomoda el saco y camina derechito por Las Heras. Lo veo alejarse despacito.

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