Abro la bandeja del mail y leo tu apellido.
Me pone un poco tensa pensar en noticias tuyas después de tanto tiempo. Le doy click a la bandeja de entrada y tarda en abrir, pienso que la perversidad del mundo complota contra mí. Sigue sin abrirse.
Entonces me imagino que tu mail trae novedades, buenas nuevas que no te permitieron ni siquiera hablarme por teléfono, pero si cortarme cada vez que veías mi numero en la pantallita del celular, pienso, pero me contengo y sigo con la lectura. Que ya tenés fecha de publicación de la novela, que estás corrigiendo los últimos detalles y que la tarea te tiene obsesionado y tan abocado que distinguís el paso de las horas por el ruido de la panza que te empuja a la heladera para cocinarte algo. Ahí te topás con el reloj de la cocina y algunas veces es de noche, otras de tarde y a veces, las menos, bien temprano en la mañana. Te está dejando ciego el teclado pero todo sea por cerrar a tiempo lo que empezaste hace algunos años, que una vez que termines la novela será una etapa cerrada y podrás dedicarte a tus otros pendientes. Pero que a pesar de tanto trajín hoy te acordaste de mí y decidiste, en medio de la noche, mandarme este mail para que dejemos de comunicarnos por telepatía y para hacerme saber que no es que te negás, es que estás con cosas, con muchas cosas.
Finalmente se abre la bandeja y descubro que lo único que hay de vos es el apellido, el mismo que compartís con una amiga que me escribe para contarme cosas a las que no les presto atención porque me pone un poco tensa pensar en noticias tuyas después de tanto tiempo. Le doy click a la bandeja de entrada y tarda en abrir, pienso que la perversidad del mundo complota contra mí. Sigue sin abrirse.
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