jueves, 12 de agosto de 2010

Estoy en mi computadora trabajando. En pijama. Ya ordené, ya guardé la ropa, ya me hice la cena, ya no tengo excusas. Transcurren apenas unos minutos, me empiezo a concentrar. Estoy progresando y supero rápidamente la página en blanco. Escucho de fondo, lejos un sonido de teléfono celular. Afino la escucha y puedo descifrar el achicharrado sonido, porque tengo un aparato polifónico en donde los temas suenan a una berreta imitación de su versión original, del tema cool de mi compañía de teléfono. Que espere. Ser siempre la que espera me da ventaja, me da derecho a no atender de primera. Me levanto y voy hacia el comedor en busca de la cartera. En el trayecto el sonido desaparece. "Mejor, que vuelva a llamar", pienso. No encuentro la cartera, no encuentro el teléfono. Vuelvo sobre mis pasos, adivino algo que se parece bastante a mi cartera, es. Está colgada, como la dejé apenas llegué. La abro, saco el teléfono. Está en vibrador y sin ninguna novedad.

Acabo de perder otra media hora imaginando lo que a estas alturas parece imposible.

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