Bajo del colectivo, camino unos pasos y ni bien me ve llegar, me adivina: "Justo acaba de llegar y me acordé de vos, te la iba a tirar por debajo de la puerta para darte la sorpresa", se le ilumina la cara cuando lo dice.
Agradezco el gesto y le pregunto si tiene otra más, me dice que no y se lamenta, "pero no te preocupes porque ahora cuando pasen y vean que no tengo ninguna seguro me traen dos más y una te la separo para vos", me saluda todo contento, me despido y se queda charlando con los muchachos en la esquina. Cruzo la avenida a ciegas y para cuando estoy llegando a casa me quedan dos textos: uno largo que quiero leer con detenimiento y la editorial.
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