domingo, 17 de enero de 2010

Descuido.

Hace días que insisto e insisto y esto no quiere. No funciona, las palabras salen todas iguales, tan las mismas, tan cursis y sin estrategia que me agotan de antemano. Vuelvo sobre las mismas frases, piso una y otra vez las mismas oraciones, no hay caso. Puro pasto sintético, ni un indicio de flores ninguna primavera asomando. No estoy segura si es la falta de agua o la excesiva cantidad, las dos son perjudiciales. Habrá que dejar de regar.
Ayer, sentada, tomando un café, charlando, de repente veo pasar alguien delante mío y la escena se construye. Dos personajes, están por darse cuenta de qué tienen común, todavía no se conocen, pero hay algo entre ellos y es inevitable.
Ella llegó antes que él y se sienta, sola en una mesa de dos, mira como extraviada para todos lados, ni noticias de la mesera. Pasa un rato largo, considerable, el suficiente como para que ella ya haya terminado el café con leche con medialunas y leído de atrás para adelante la revista que sacó de su bolso ni bien entró.
Él entra como haciendo malabares con las cosas, lleva una caja enorme de cartón oscuro, un portafolios y una carpeta que rebalsa de papeles, se acomoda donde puede, justo en la mesa que está frente a ella. Pero algo pasa y la secuencia entra en stand by. Y es como en mis pesadillas o en mis sueños, que me levanto y creo acordarme de todo, por eso voy como desenfrenada en busca de algo con que anotar y resulta que me acuerdo pedacitos, fragmentos que no sirven para nada. Si al mejor chiste le falta el remate, ¿qué gracia tiene? Si el mejor vestido está en un cuerpo deforme, ¿quién lo mira? Si la mayoría de las cosas de las que somos capaces cuando realmente queremos algo asoman de tanto en tanto pero dura un parpadeo ¿qué sentido tiene? Y es, otra vez, dejar entrar todo eso, dejar pasar de nuevo todo para este lado. Como si se hubiera tapado la rejilla del baño y ahora sale todo para afuera: la mugre, el shampoo, el pelo, los restos de barro y suciedad, el papel higiénico empapado y mugriento y agua, mucha agua sucia, podrida. Entonces la voz de la persona que está conmigo de pronto lo nombra, lo dice, y la palabra me bloquea, es como un cachetazo en plena cara, se me borra todo, los personajes, la escena, la pollera que lleva puesta la chica, la mirada atenta del chico desde la mesa de enfrente, mitad en el libro, mitad clavada en la cintura de ella. Todo eso vuela por los aires en ínfimos pedacitos, todo se disuelve en el revolver de la cucharita del te de mi acompañante. Me doy vuelta y la voz que insiste, mi cara que se desfigura y el mozo que se acerca, seña mía de por medio con la cuenta.
Antes de irme vuelvo a levantar la cabeza y los veo, él con un café con leche recién servido y ella en la misma mesa, acomodando los papeles de la carpeta y el portafolio, la caja enorme de cartón ya no está mas.

2 comentarios:

dani dijo...

me gusto mucho lo que escribiste

Marina dijo...

Hey, gracias!