Es la segunda vez que me pasa. Muero de amor por la ex de alguien con quien tuve algo. Es decir, lo descubro con el tiempo y porque amigos o conocidos me la señalan, -ésa, es la ex de fulanito-. Me lo hacen adrede porque saben que tuve algo con fulanito y porque me conocen. Pero yo, incapaz de soltar prenda, no digo nada. En el mejor de los casos suelto un,- ah, sí, mirá vos-.
Después llego a mi casa, la googleo, -deporte nacional- e inevitablemente, muero de amor. Es linda, jóven, inteligente, brillante. Y ahí en ese momento deseo que seamos amigas. Ir a merendar en tea connection, caminar por San Telmo o comprar cuadernos en la papelera de Palermo. Me imagino que nos hacemos inseparables, nos prestamos ropa, intercambiamos consejos varios, acerca de temas diversos y nos pasamos recetas de cocina. Nuestro idilio no tiene fin. Hasta que un día, yendo a un evento, alguien le dice que sabe que yo tuve algo con su ex, entonces me lo pregunta y la honestidad me invade. La historia nunca termina bien, ni siquiera en mi imaginación. Sin embargo, en conversaciones masculinas, más de una vez, casi se me escapa, entre vino tinto y confidencias un, -che, me encanta tu ex-.
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