Últimamente dan ganas de poco. Voy del trabajo a la compu y de la compu a sobrevolar algunos apuntes, la bendita culpa ya no deja ni escribir. Se cae el celular, resbala y aterriza atrás de la biblioteca, bien al fondo, no llego ni esmerándome. Trato toda clase de acrobacias, me canso y puteo. Hay que correr la biblioteca, pesa como un muerto 24 horas después del deceso. Tomo aire, la corro, agarro el celular y en la subida alcanzo a leer cuatro letras: J-U-A-N. Los estantes de esa biblioteca fueron modificados cuando crecí, hubo un momento en que no entraban más libros ni cosas. Entonces mi padre hizo una de las pocas cosas que recuerdo haya hecho por mí, mandó a hacer unos cuantos estantes de madera para ensamblarlos a la biblioteca, se lo encargó a un carpintero. Lo acompañé varias veces porque el hombre se demoraba, los estantes no combinaban para nada, siguen sin hacerlo, a pesar de los años y la mugre.
Al celular no le pasó nada, apenas una raya, una más de tantas, poseo un teléfono-cebra. Yo me quedé tildada, a pesar de los años, el tiempo y la mala calidad, los estantes siguen ahí, ensamblados a la fuerza y además no se borró la marquita esa con el nombre. Lo que aguantan los muebles.
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